viernes, 27 de enero de 2012

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La toca, la toca, y su mirada danza sobre toda ella. Intenta mirarla con respeto, pero un pulso grita desde la más minúscula de sus partes y transita por todo su ser hasta converger en un lago óptico que desemboca en una mórbida mirada que comulga con el ambiente pestilente. El humor nocturno lo trastorna dibujándolo difuso, sin pies ni manos, y con un hambre enfocada en sus senos putrefactos, en sus pómulos amoratados, en su boca deformada. Se llena de un entusiasmo explosivo que lo domina y lo invita a arrancar los pedazos de trapo que se pegan a la masa gelatinosa de su cuerpo. los quita sin cuidado alguno y en ellos se van pedazos de su cuerpo, qué comienza a desmoronarse. El hombre se toca y se desnuda, se pone junto a ella, luego la monta y con ayuda de un cuchillo que guarda entre sus ropas le hace una herida por la cual penetra.

Las zonas áridas, los millares de cruces y el viento que sopla adornan la llamarada que escapa de su lámpara. Su sombra baila sobre una enorme pared de mármol, ahí dibuja las más extravagantes figuras de amor sin ficciones, construye cada gemido que emana de sus ser, lo traduce en imágenes incontables que hacen de la noche, una noche de pasión amorosa. Su mirada no escapa de la cara de ella y a cada momento busca cualquier pretexto para llevar su lengua hasta su fosas auditivas, tratando comer de ellas a cada movimiento de su cuerpo, un vaivén perpetuo, y deseando que la noche culmine con la fusión de ambos cuerpos apostados entre la tierra y las yerbas que los cobijan. ¡lo cuento! ¡lo cuento! porque es lo que veo aquí sentada sobre esta tumba de piedra. Él me sigue buscando en cada cuerpo que entierra, pero esos restos no son míos. Yo me extinguí hace más de una década, y aún en las mismas condiciones que este cadáver seguía siendo ¡yo! su esposa Muerta.

J. Siddhartha G.S. 27 de Enero 2012