miércoles, 24 de diciembre de 2014

Coca Cola Light


Para  Ángel Chánez Santín.
reciba usted las buenas nuevas de la mañana navideña


El alma se derrama a través de la tinta sobre el papel,
vacaciones a los costados, cese al fuego, encerraste al perrito domesticado,
tienes las garras más grandes de todo el universo, eres la vergüenza de la naturaleza
y con todo eso construyes la destrucción del mundo y la construcción de un imperio.


Malignidades las mías con la tinta y el papel,
malignidad la del dibujante con sus trazos de muerte,
malignidad la figura que se retuerce en la cama de post-producción.


El alma se envasa en contenedores de marca global y se arroja a las profundidades del abismo, el alma es un embrujo de caridad, lo dicen los spots publicitarios en la cadena que jala las cuerdas sonoras de la boca llamada Tv.

Maldita versión tuya la de las palabras cuadro por cuadro,
la configuración contenedora de la trama que maneja la opacidad en este espacio, en este tiempo.


Eres la vergüenza engullendo sus propias entrañas, la que come botoncitos de caviar y mierda montado en un columpio de contemplaciones, la hora ¡loca!: las pantallas se encienden, los personales cimbran en las rajadas del pantalón, es hora de contemplar a los santos, a los muertos y al hombrecillo que baja las escaleras a través del alcantarillado nuevo de la ciudad, adiós a la vida. ¡Que viva la muerte! 


24-12-2014
J. Siddhartha G. S.

sábado, 1 de noviembre de 2014

I

“¡Odio a todas las mujeres; por una pagarán todas!”
Goyo Cárdenas 


Rogelio estaba parado frente a la ventana que da a la calle cuando escuchó los ruidos en el cuarto de baño, entonces se llevó los dedos hasta la nariz y con recelo se los alejo abruptamente, se acercó al sofá forrado de plástico que su madre le heredó, sacó de entre las patas del mueble una porra con la cual se dirigió a paso acelerado hasta el cuarto de baño y ahí desató su furia una decena de veces sobre el cráneo de una mujer delgada con el vientre inflamado y un moreno moteado en amarillo. Cuando Rogelio golpeó fue tal la brutalidad que la mujer apenas pudo responder con un apagado gemido. La había recogido en la calle y la había llevado hasta su casa en su volkswagen rojo. Antes le había pagado lo solicitado y Rogelio le dio unos tips para desaparecer las manchas de paño que comenzaban a brotar en las mejillas de la prostituta. 
Rogelio bajó del auto y se condujo hasta el lugar del copiloto donde caballerosamente abrió la puerta y ayudó a bajar a “Marcela” que le aplaudió el gesto. Se tomaron de la mano y caminaron hasta el interior de la casa donde Rogelio le ofreció un brandy presidente con coca, ella le dio un trago mientras miraba a Rogelio convertirse en víctima feroz de la lujuria. Marcela, sólo levantaba una y otra vez las cejas, una muletilla que se repetirá durante todo el acto hasta el punto cercano al de su muerte. Después del trago, Rogelio la tomó por las nalgas y le lamió los senos para desatar su energía, su compulsión por el cuerpo de ella. A pesar de tener un comportamiento rudo, Marcela se enamoró de los ojos oscuros y pequeños de Rogelio, además se encantó de su timidez transformada en furia que ahora lo tenía convertido en una bestia. Ella se quitó las pantaletas y se dejó ver el pelambre negro cubriendo el pubis que a su vez era rodeado por carne estriada y poco quemada por los rayos del sol. Rogelio se bajó la bragueta y comenzó a masturbarse, mientras lubricaba profusamente. Ella miró la escena encantada y tomó de su bolso un preservativo con el logotipo del centro de salud. Rogelio, se levantó encambronado y dijo: -Esos ¡no! que me irritan la chingadera - luego caminó hasta un cajón con el pene por fuera del pantalón y Marcela veía con humor a Rogelio moviéndose por el cuarto con sus choclos cafés y el pantalón a rayas abierto por el cierre. Se colocó el preservativo, tiro a Marcela en la cama y la penetró. 


¡Le había roto la cabeza!
Con calma se acomodó los calzones con los dedos :)por encima del pantalón mientras veía el cuerpo de Marcela, salió del cuarto para regresar con periódicos con los cuales absorbió la sangre del suelo y envolvió la cabeza de la mujer como un kilo de pellejos para gato. 
La enterró en el terreno baldío al lado de su casa, donde ni las moscas se paran. 

Basado en 
1942: Goyo Cárdenas, El extrangulador
Los mil y un velorios 
Crónica de la nota roja en México
Carlos Monsivais. 

J. Siddhartha G. S. Noviembre 2014

martes, 9 de septiembre de 2014

ID




La noche que la Luna estaba enorme, todos gritaron desde sus vehículos, yo los vi y los escuché aunque mis padres no se percataron de ello porque ellos también gritaban una discusión sobre el precio de la leche y las facturas de la gasolina que no recibirían por retrasarse y no contar con el nuevo incremento en el combustible. Yo miraba por la ventanilla trasera del automóvil hacia el cielo en busca de más estrellas además de la Luna, pero ni una sola, como si la gorda las hubiera intimidado con su brillo y tamaño. Estábamos detenidos en un crucero esperando el cambio de semáforo y todos gritaban en todas direcciones, de repente bajaba la cara hasta la altura de las ventanillas de los autos contiguos, las puertas de los comercios y una vieja talachería. Los transeúntes gritaban disparates. Todos daban la sensación de comerse las uñas por avanzar, algunos a pie bloqueados por la serpiente de autos, otros detenidos de la misma manera pero desde sus naves; y las mujeres en las puertas de los comercios gritaban palabras que no se entendían pero que me hacían imaginar a las mismas levantándose la falda y mostrando a los hombres sus piernas para que se acercaran hasta ellas y les besaran desde la punta de los dedos en los pies hasta la altura de los calzones, pero ellos también decían cosas que no se entendían y que también me permitían ver a través de un código secreto la escena de unos contra otros en enormes fiestas con vino y travesuras de muchachos. A ellos los veía revolcándose en el pavimento gritando por un juego, una fiesta lejos de las faldas, disparando escupitajos unos a otros y riendo sin cesar, ignorando los regaños. A ellas las veía con la falda sujeta por un incaíble a la altura de los ligeros escupiendo su brochita de las pestañas y con cada pincelada estimulando el apetito de la presa que no se vuelve que sigue escupe y escupe pero que huele, todo eso veía y más, pero la verdad prefiero ver hacia el cielo, mi papá se ha movido, mi mamá se lleva la mano a la frente, afuera el ruido se ha convertido en la atmósfera que trama la vida y yo, yo veo la nube de vapor rojo que viste a la blanca dama en el cielo, Luna nueva.  
                                            J. Siddhartha G. S.